El presidente Duque apareció hace unos días en unas pequeñas cápsulas hablando en inglés, en una entrevista sin interlocutor. Muchos se preguntaron a quién iba dirigido el mensaje en el que el presidente culpa a su excontendor, Gustavo Petro, de las movilizaciones.
El principio básico de la comunicación y el “marketing político” es decidir a quién se habla, qué mensaje se le quiere transmitir, cuál es el lenguaje más efectivo y qué espera que haga la audiencia. Eso lo tuvieron que evaluar quienes diseñaron los videos del presidente Iván Duque en los que habla en inglés sobre cómo se ha orquestado un plan para desestabilizar a su gobierno.
Que su nivel de inglés sea muy bueno, que estuviera bajo efecto de alguna substancia o que representa una muestra de su arribismo, es anecdótico. Lo verdaderamente relevante y urgente, en las circunstancias actuales, es entender a quién le está hablando y cuál es el objetivo. La estrategia, el mensaje y el lenguaje sugieren respuestas.
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El idioma, inglés, indica que su audiencia es internacional. Busquemos el destinatario por descarte. Él y sus asesores saben que la batalla con los medios de comunicación extranjeros la tiene perdida. Las entrevistas que le hicieron al presidente Christiane Amanpour de CNN (en inglés) y Patricia Janiot de Univisión (en español) no lo dejaron bien parado. Los canales y periódicos de Estados Unidos (New York Times y Washington Post), Francia, Alemania y España en Europa, México, Argentina, Chile, Uruguay etc. en América Latina, y Aljazeera en medio oriente, no le han concedido nada a la versión oficial. A diferencia de los medios locales y nacionales, el énfasis allá está en los desmanes de la fuerza pública y no sobre los actos de violencia y delincuencia de actores escudados en las marchas.
Como corolario, y sumado a las multitudinarias manifestaciones en el mundo en apoyo al Paro, tampoco le habla a ese cuerpo indefinido que llaman “opinión pública”. También ese frente está copado.
Es un mensaje político, no económico, así que tampoco es a los empresarios o a la banca internacional. Si fuera a ellos, tendría que decirles que no hay de que preocuparse y pueden seguir viniendo a invertir. Con la degradación del nivel de confianza por parte de las firmas evaluadoras de riesgo y el cierre del puerto de Buenaventura, sería evidente la mentira. Todo el mundo, desde los capitalistas occidentales, hasta los “comunistas” chinos o del lejano Vietnam, saben que Colombia no es hoy un buen destino financiero ni empresarial.
¿A las iglesias y organizaciones de cooperación? Tampoco. Entre líneas el Papa pide que frene la violación de DD.HH. A la cooperación humanitaria y de libertades civiles Duque las desprecia. La Organización Internacional del Trabajo le ha enviado al gobierno colombiano una comunicación pidiéndole cuentas ante las denuncias de las centrales obreras. La ONU ha dejado entrever que es innegable que hay asesinatos, torturas, desapariciones y otros abusos por parte de la fuerza pública. A la OEA le habría podido hablar en castellano; además cuenta poco como respaldo porque tampoco tiene credibilidad. El gobierno además niega la visita del único organismo multilateral del continente que aún tiene cierta respetabilidad entre los países democráticos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
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Queda lo obvio: habla a los políticos. Pero, ¿de dónde? En Europa, miembros de distintos partidos, incluidos algunos conservadores, del parlamento europeo, del Bundestag alemán y de los parlamentos británico y español han pedido explicaciones. En Italia, se citó al ministro de relaciones exteriores para solicitarle que el gobierno se pronuncie. En suma, el “cerco diplomático” del que hablaba Duque como estrategia contra el régimen de Nicolás Maduro se cerró, pero a su alrededor. Está aislado en un laberinto interno y externo.
De cualquier modo, al gobierno no le importa Europa. Cree que Bruselas no podrá hacer mayor cosa y podrá negociar con cada país por separado ya que las coaliciones de gobierno no se van a romper por Colombia y eso le permite pasar por encima de la Unión. El destinatario, obviamente, está en la Roma contemporánea: Washington, D.C..
Si Estados Unidos no lo respalda, política y militarmente, Duque se cae. El gobierno pende de un hilo de babas, y está tratando de engrosarlo. Pero, además, es una relación resquebrajada. Histórica y estratégicamente, se ha construido, en torno a una agenda negativa: la “lucha contra las drogas”. Comercialmente, Estados Unidos es vital para Colombia, pero en el otro sentido el valor es insignificante.
El apoyo de miembros del partido de gobierno colombiano al candidato que perdió, Donald Trump, lo resiente la administración Biden, quien le ha hecho un desplante prolongado en el tiempo al no comunicarse con la Casa de Nariño. De otro lado, el senador Jim McGovern impulsa un veto a la cooperación militar a la policía colombiana, mientras que al menos una parte de congresistas republicanos están tratando de desmarcarse del expresidente, a quien ven como un lastre, cuando no un potencial oponente.
Para desentrañar la estrategia, hay que pasar al mensaje que envía Duque, que en realidad son dos: (1) el Paro es el resultado de una acción contra su administración que se anunció y empezó a ejecutar desde antes de posesionarse; es, pues, una cacería de brujas injusta por parte de grupos “castrochavistas” y “terroristas” que quieren sembrar el caos con fines electorales.
(2) Esos grupos representan una amenaza para la democracia, si llega a ganar en el 2022. En plata blanca: “la oposición” – una figura indefinida, donde todo cabe – es el responsable del desorden presente y de la debacle del futuro, si gana. Esa tesis ni siquiera es del presidente, sino del ala más extrema de la derecha, encabezada por el mismo Álvaro Uribe, y en la que le acompañan congresistas del Centro Democrático inmoderados, además de excandidatos presidenciales cercanos a las fuerzas militares, como la actual vicepresidenta y canciller Marta Lucía Ramírez, quien no casualmente como primera actuación viajó a EE.UU. a entrevistarse con el Departamento de Estado y con congresistas, para apuntalar el mensaje (otra técnica del marketing político). Pero no solo, otros partidos y una parte de la élite política y empresarial la repiten y la creen.
El primer argumento es idéntico al de Trump, en su contraofensiva ante los Demócratas durante los dos juicios políticos que se le hicieron en el Congreso. El segundo, resonará entre los Republicanos, aterrados frente a la idea de cualquier tipo de gobierno de izquierda. Hasta al de Biden, que difícilmente podría calificarse como tal. Pero, bueno, algunos tildaron a Franklin Delano Roosevelt de bolchevique por su política de New Deal.
Lo que espera Duque es que Biden se conmueva ante la amenaza de otra Venezuela. Es decir, que el miedo actúe en Washington como instrumento reparador o al menos de alianza frente a un enemigo común. También espera que algunos congresistas del partido Demócrata logren frenar el veto de McGovern a la cooperación militar con la policía colombiana. Las presiones en este sentido, por parte de las fuerzas armadas y las huestes uribistas, son seguramente irresistibles para un presidente que a duras penas las controla. Si el senado norteamericano pone al gobierno en una lista negra de estados que violan los DDHH, no solo implica que deberá aumentar el gasto militar, sino que le restaría aun más legitimidad a los cuerpos de seguridad del Estado.
El otro objetivo es pedir permiso para instaurar el estado de conmoción interior. Dirá que es el último recurso. En todo caso, su debilidad lo ha convertido en un presidente sin autoridad para oponerse a una salida autoritaria, un estado aparentemente civil, pero militarizado. Un “golpe blando”, a los que tampoco Obama se opuso cuando se dieron en Honduras y Brasil. “Blando” en la forma de darse, pero brutal en el fondo, como sugirió recientemente Hernando Gómez Buendía. Mejor dicho, formalizaría una situación de facto en la que, en todo caso, aun hay talanqueras institucionales que la derecha y algunos militares quieren eliminar.
Es una pieza de una campaña publicitaria: simple, corta, directa y focalizada en un público que solo entiende inglés. Queda por verse si Washington se lo compra o pasa de agache. Las relaciones bilaterales se han forjado por largo tiempo, intentando no exponer las diferencias o preocupaciones frente a asuntos internos. Biden seguramente no romperá esa tradición de diplomacia de “puerta trasera” (o backdoor diplomacy si se quiere decir en inglés), esperando que el gobierno colombiano recupere la gobernabilidad y se estabilice la situación. Pero si la situación empeora, EE.UU. puede llegar a manifestarse públicamente y endurecer sus medidas. En el remoto caso de que algunos gobiernos europeos se manifiestan contra la represión estatal y el caso llegue la ONU, Biden no va a repetir la arrogancia aislacionista de Trump. Es un juego en un tablero mucho más complejo del que entiende la cancillería colombiana, en el que un movimiento de la Unión Europea podría ser relevante para las relaciones del desenlace. En este complejo ajedrez geopolítico Colombia tiene poca experiencia. Por el momento, será un regaño a un virrey decadente pero necesario: duro, pero en privado.
* Departamento de Sociología. Centro de Pensamiento “Nicanor Restrepo Santamaría” para la Reconstrucción Civil de la Universidad Nacional (Bogotá).