Quien salvó de la extinción los cerezos en flor en Japón, ese milagro visual que se repite cada primavera, fue un inglés llamado Collingwood Ingram. Interesado también por la ornitología, quedó fascinado al viajar a ese país y descubrir las 250 variedades de cerezo. Temiendo su extinción, dedicó su vida a salvaguardarlos. Naoko Abe recuerda su historia en “El hombre que salvó los cerezos” (Anagrama).
En 1919 Ingram se instala con su familia en Kent. Siete años después vuelve a Japón y descubre, alarmado, que el gobierno ha decidido apostar por una única variedad clonada de cerezo. ¿Dónde estaba el espectacular “Taihaku” o “gran blanco” que le había abducido? ¿De verdad iban a sacrificar esa riqueza de variedades?
Es entonces cuando decide proteger como sea la tradición llamada “sakura” (palabra japonesa para referirse al cerezo en flor) e inicia su batalla particular. Viajes, injertos, traslados, inversión. Ingram falléció, en 1981, habiendo logrado su objetivo. A su funeral, el del mayor coleccionista de cerezos ornamentales del mundo, asistieron multitud de amigos y horticultores de todo Reino Unido. Reproducimos algunos de los fragmentos del libro, de reciente publicación, que honra su historia.
Leyenda de los cerezos
"En el Japón antiguo, las flores de cerezo simbolizan la vida nueva y el volver a empezar. Esta percepción empezó a cambiar en la segunda mitad del siglo XIX. En lugar de considerar que era símbolo de vida malinterpretaron la poesía clásica y empezó a imponerse la creencia de que implicaba la voluntad de morir por el emperador. A semejanza de los pétalos de la flor de cerezo, 'que morían tras una vida breve, más gloriosa'"
Los árboles grises de Londres.
"Al igual que la densa niebla que había cubierto Londres cuando concibieron a Ingram, la contaminación de las ciudades era tan grande que había niños que creían que el color natural de las hojas de los árboles era gris y no verde (...) Muchos de los cerezos cultivados que habían cuidado los 'daimyo' fueron talados o murieron abandonados. Pero los cerezos silvestres siguieron creciendo en las montañas".
Ensayo, error, injertos y milagros
"Los 'daymos', cuidadores, trabajaron duramente. Del norte llegaron rosas japonesas y coles de los pantanos. De Honshu azaleas y campánulas. Del más cálido sur peonías, hortensias y glicinas (...) Importaron también sus cerezos favoritos. Tras años de ensayos y errores, aquellas semillas produjeron especies cada vez más finas. A veces, los jardineros también cortaban una ramita o esqueje y lo injertaban en otro árbol. Cuando el injerto agarraba..."
El espectáculo más impresionante
"En primavera de 1920, aquellos dos árboles empezaron a cubrirse de sedosas flores rosadas y alfombraron el suelo. Viendo el mayor de ellos, que medía más de siete metros y medio y tenía ramas de más de doce, Ingram escribió que 'difícilmente puede imaginarse un espectáculo floral más impresionante'"
El guardián de los cerezos
"Al funeral de Collingwood Ingram asistió una multitud de amigos, paisanos y colegas horticultores de todo Reino Unido. Las cenizas se inhumaron en el camposanto. Todos los grandes periódicos publicaron la muerte del 'mayor coleccionista de cerezos ornamentales del mundo' (...) La vida de 'el guardián de los cerezos' inglés dio fin mientras, fuera, las flores que había amado revoloteaban silenciosamente al viento. Era un día de luna llena".
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