La enseñanza bilingüe abre la puerta a otras lenguas y culturas y es un valor añadido a la enseñanza tradicional que enriquece a los estudiantes que la cursan y promueve el plurilingüismo. El que la lengua prioritaria en esos programas sea el inglés no surge de ninguna decisión, sino que es producto de la globalización y por supuesto de la demanda social.
Hasta ahora la implantación de la enseñanza bilingüe en España, aunque con grandes diferencias entre comunidades autónomas, se había realizado en un marco de consenso razonable en cuanto a su edad de inicio, a su desarrollo y a sus objetivos. A pesar de existir un enorme margen de mejora general en todos los programas bilingües, el escenario final resultante ha sido hasta ahora bastante correcto, con programas de enseñanza bilingüe centrados en las etapas de Educación obligatoria.
Tras una primera aproximación a la lengua inglesa en la Educación Infantil y especialmente en el último curso –tal y como estableció la Ley de Calidad (LOCE) en 2002 y como han mantenido las siguientes leyes educativas–, los alumnos acceden al programa de enseñanza bilingüe en primero de Primaria, van progresando año a año hasta culminar esa etapa educativa y prosiguen sus enseñanzas bilingües a lo largo de la Educación Secundaria Obligatoria. Gracias al esfuerzo que realizan algunos centros, muchos alumnos también reciben esas enseñanzas durante los dos años de Bachillerato.
Cuando la política se alía con la Educación se puede esperar cualquier cosa, pero cuando la política se adueña de la Educación, nada bueno puede ocurrir. Los responsables políticos que pusieron en marcha los distintos programas de enseñanza bilingüe fueron siendo relevados, legislatura tras legislatura, y para los sucesivos políticos de turno esos programas heredados han ido dejando de ser proyecto educativo para convertirse en instrumento político. Por lo tanto, el objetivo no es mejorarlos sino rentabilizarlos.
En consecuencia, la demanda por parte de las familias de una Educación que dote a sus hijos de herramientas lingüísticas y culturales muy necesarias hoy en día ha servido de excusa para generar no una progresiva extensión de la enseñanza bilingüe, sino en muchos casos un incremento descontrolado o una generalización de esta por parte de un buen número de políticos para quienes la enseñanza bilingüe, o mejor dicho la búsqueda de votos a través de la enseñanza bilingüe, se ha convertido en una verdadera obsesión.
Cuando la política se alía con la Educación se puede esperar cualquier cosa, pero cuando la política se adueña de la educación, nada bueno puede ocurrir
Se confunde intencionadamente bilingüismo y enseñanza bilingüe cuando son cosas diferentes. Las familias confían y creen que sus hijos van a ser bilingües cuando en realidad el objetivo de un buen programa es el de asegurar un elevado nivel de competencia lingüística. Y esa confusión puede generar frustración.
Desgraciadamente, esta obsesión por adelantar un falso bilingüismo a la etapa de Infantil –como en el caso de la Comunidad de Madrid–, esta obsesión por llevar la enseñanza bilingüe a todos los centros, sin los conocimientos necesarios, sin estudios previos, sin preparación, sin formación de los docentes y sin recursos, no tiene en cuenta a los alumnos. Las modificaciones basadas en ocurrencias pueden calmar las críticas ideológicas por parte de quienes, al considerarlas rectificaciones, piensan que la Administración ha reconocido su error y les ha dado la razón, pero los verdaderos y posiblemente únicos perjudicados serán los estudiantes que, entre el deseo de unos y las expectativas de los otros, se pueden ver sometidos a experimentos de resultados desconocidos.
Esa obsesión, que trata de vincular los tiempos de la Educación a los tiempos de la política, que exige resultados a corto plazo cuando la Educación necesita años de maduración, no solo contagia negativamente a las familias, sino que tiene consecuencias nefastas ya que impide poner el foco en la mejora de la calidad de los programas, objetivo en el que los responsables deberían centrar todos sus esfuerzos.
El resultado de políticas educativas improvisadas como las descritas solo consigue cercenar la excelencia que persiguen los programas de enseñanza bilingüe y situarlos en el nivel de mediocridad que caracteriza a nuestro sistema educativo. Mejorar la enseñanza bilingüe es tarea compleja, aunque necesaria, pero empeorarla es relativamente fácil.
Aprender idiomas sí, por supuesto. Pero para avanzar en la buena dirección es preciso sustituir la actual obsesión por el inglés de muchos políticos y de muchas familias por una decidida y serena voluntad de desarrollar de manera adecuada este modelo de éxito que es la enseñanza bilingüe, primando la calidad sobre la cantidad. Cuando la calidad esté asegurada, la cantidad dejará de ser un problema.
Xavier Gisbert es presidente Asociación Enseñanza Bilingüe.
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