En estos días tuve que viajar a Colombia y, haciendo las diligencias necesarias para el ingreso al país, me encontré con una información la cual debe dar lugar a una investigación seria sobre el contrato subyacente. Lo que voy a contar —y ojalá me paren bolas— no es solo un ejemplo más de la corrupción que nos agobia, sino fuente de mofa universal.
Me refiero a la aplicación de Migración Colombia en particular. Claro, hay que ser completamente bilingüe para identificar el tremendo oso nacional. Resulta y acontece que para registrar el ingreso y salida del país hay que llenar un formulario. So far, so good. Ahora, el formularito aquel pregunta casi que por el ADN, porque entre otras cosas en Colombia hay que dar la cédula hasta para comprar un chicle. Pero, molestia aparte, volviendo al formulario, hay que registrar la profesión. Normal, diría usted. Sobre todo con esta proliferación de universidades, institutos y centros de aprendizaje: por lo menos que el cartón sirva para llenar los formularios de los sitios web oficiales, que pa’ eso pagamos bien caro los colombianos.
El problema es que, cuando se mira “con despacio”, no solamente existe una variedad exótica de macondianas profesiones entre las cuales destacan cafeteros, talladores de tagua y adivinadores. También se enfrenta uno a un enriquecedor menú del léxico anglo-chibchombiano: alfareros son “alphareros”. Claro, hay que empezar por el principio. En lo que me concierne, resulta que aquí no hay “lawyers” sino “juristas” —cosa que agradezco: ya era hora de que alguien nos hiciera a los abogados tan justo reconocimiento—. Siguiendo con el inglés migratorio à la MigCol, ¿cómo dejar de lado al nunca bien ponderado agente de bolsa, conocido como “travel bag”? ¿O al “urban healer”, i. e. curador urbano? Claro, esta ciudad tan peñalograda necesita más sanación que curadores, pero bueno. ¿Que quiere emplearse en un banco como cajero? No se preocupe, en Migración Colombia le robotizan el proceso y se convierte usted en un flamante “ATM” moderno. Siguiendo con la industrialización, ¿por qué no trabajar como herrero y falsificador (“blacksmith and forger”)? ¿Le llama más la atención el campo? Pues bien, puede luchar por la tierrita como “campesino soldier”. O dedicarse a la venerable tradición de los “caffictors” o caficultores. Si lo suyo es el arte, métase a “art painter”, que eso de “artist” está pasado de moda. Es más, dedíquese a ser “vegetal ivory craftsman”, artesano de marfil vegetal —aunque lo pueden confundir con el producto—. Ahora, si no quiere trabajar, bien pueda escoja ser “truant” o vago, de “uan”. Y si está mamado de ser parte de esta sociedad, fresco: puede usted seguir siendo un “wildman” o salvaje irredento. ¿Se arrepintió y quiere un confesor? Llámese a un “religious shepherd”, no se vaya a enredar buscando un pastor. ¡Uy! Hablando de redención, no podía faltar el rescatista o “saviour”, palabra reservada en la lengua inglesa a Cristo, nuestro señor. Grandes le quedaron al traductor las expresiones “chapistas y caldereros”, i. e. chapistas y “boilers”, es decir calderos, así como “stereotipists and galvanotipists”. “Sipist”, casi que no le doy. Claro, como a muchos no les gusta viajar solos, también hay cabida para el acompañante o “accompany before”. Hay más, of course. Pero me aguanto las ganas para que usted se sirva echarle un vistazo a la vaina sin que yo me le tire la “sorpreishun”.
Y en serio, ahora sí, revisen ese contrato y adjudicación. Cómo avergüenzan estos sinvergüenzas. Puede ser que pronto nos llegue un “rescatista” y nos saque de este improvisado “greenduler” o verdulero.
X. Vengoechea. Advocate, LLB (Hons.) MA, LLB (Scots Law), MCIArb.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario