Cuando el mundo estaba menos globalizado, poco importaba que la Universidad de Oxford o La Sorbona aparecieran mejor colocadas en los rankings que los campus españoles. El tránsito internacional de alumnos era prácticamente nulo y el resto del mundo no se veía como competencia. Con la dilución de las fronteras y el aumento de la movilidad, sin embargo, la vocación internacional de las universidades se coloca en el punto de mira, pues el impacto de esta trasciende los muros de las propias instituciones académicas. Sobre todo ello se debatió este jueves en la mesa redonda Internacionalización de la universidad española, el reto pendiente, organizada por Fundación CYD.
En esta batalla, el primer reto es definir qué es lo que se entiende por internacionalización: si la movilidad de estudiantes, la de profesores, la de personal de administración, la colaboración entre centros o la mentalidad global... Si bien los ponentes coincidieron en que es un concepto multidireccional difícil de medir, “el resumen habitual es que esta es la capacidad de atracción de talento internacional, tanto la habilidad de cada centro como del sistema universitario en su conjunto”, planteó el rector de la Universidad Ramón Llull, Josep María Garrell.
En esta línea, el director del Servicio Español para la Internacionalización de la Educación (Sepie), Alfonso Gentil, recordó que España lidera año tras año la recepción de estudiantes internacionales dentro del programa Erasmus+. En el año 2018, España recibió un total de 51.321 dentro de este marco, mientras que Alemania, en segunda posición, solo acogió a 34.539. Más allá de Europa, el rector de la Universidad Carlos III, Juan Romo, añadió que España es el tercer país que recibe más estudiantes provenientes de Estados Unidos (el 9% de ellos así lo eligen), solo por detrás del Reino Unido e Italia. Los alrededor de 100.000 estudiantes internacionales tienen un impacto de alrededor de 3.000 millones de euros en el PIB, aseguró el responsable de la universidad pública.
El problema, sin embargo, está cuando se pone el foco en lo que ocurre más allá de los grados. Solo el 2% de los estudiantes de máster y doctorado de España son internacionales, mientras que Reino Unido, Francia y Alemania alcanzan cuotas del 12%, 11% y 10%, respectivamente. Para Romo, hay una oportunidad que no se está sabiendo aprovechar: “Nuestro país podría jugar un papel fundamental. Si aumentáramos nuestra oferta de clases en inglés, seríamos el único país de Europa en ofrecer materias en español y en inglés, los idiomas más hablados en el mundo, quitando el mandarín”. Un aspecto que, según recordó la vicerrectora de internacionalización de la UNED, Laura Alba, parte desde cosas tan sencillas como la traducción de la página web para que la información sea accesible hasta la oferta de titulaciones en otros idiomas.
Fomentar la llegada de los estudiantes internacionales no es una cuestión baladí, sino que impacta directamente en los propios alumnos locales. “Una de nuestras obligaciones como universidad es darles a los estudiantes una experiencia diversa, con gente de diferentes países hablando diferentes idiomas. Convertirlos en ciudadanos del mundo, eso está en la raíz de la internacionalización”, insistió Romo. También desde el punto de vista empresarial, según trajo a colación el vicerrector de investigación de IE University, Marco Giarratana: “La internacionalización comienza a ser una condición necesaria para atraer capital humano, a nivel universidad y a nivel país. La universidad juega un papel fundamental en la captación de talento, que tiene un gran impacto económico”. Un aspecto que cobra especial relevancia en un contexto complejo, en el que la creatividad, inducida por la diversidad, es clave.
Por todo ello, la universidad de ahora no puede perder de vista lo que hacen sus vecinos. “Uno no puede gobernar pensando solo en los rankings, pero tampoco puede olvidarse de ellos”, sentenció Garrell. El experto, eso sí, matizó que las clasificaciones ya no pueden ser un listado único en el que se comparen todos los centros entre sí en base a un criterio único, sino que deben ser multidisciplinares para que cada persona o institución evalúe y compare las características a las que le otorga más relevancia.
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