¿Cuánto dinero cuesta hablar en español? O, mejor dicho, ¿cuánto puede suponer no ser nativo inglés? Pongamos una cifra: alrededor de 2.000 euros al año. Es la cantidad que algunos investigadores españoles calculan que pueden gastar al año en traducciones de sus artículos desde su lengua materna a la lengua franca de la ciencia para aparecer en las mejores revistas. Como explica uno de ellos, "dile a tu mujer que tienes que gastarse 600 euros en publicar un artículo", el coste aproximado de una traducción (barata).
Frente a las visiones triunfalistas del español que alardean de que disponemos de la segunda lengua más hablada del mundo, bajar al detalle muestra que cantidad no es calidad. El inglés ha sido, sigue siendo y probablemente será cada vez más la lengua franca en la ciencia y la investigación, pero también en negocios, política, internet o, simplemente, para encontrar trabajo en una multinacional. Aun así, el inglés no es el idioma más hablado del mundo como primera lengua: el honor recae en el chino mandarín, con 1.284 millones de hablantes, lo que muestra que lo importante es situarse como principal lengua secundaria. Y ahí nadie gana al inglés.
"Estudio literatura medieval castellana y tengo que traducir mis artículos al inglés"
Si, como afirman algunos esgrimiendo un argumento darwiniano, no necesitamos lenguas como el catalán o el gallego porque tenemos el español, algo semejante pueden decir los angloparlantes respecto al castellano. Estas contradicciones se ven bien en la investigación española. "Yo entiendo que para dar difusión se necesite una lengua tecnológica, que ahora es el inglés como antes fue el latín o el francés, pero eso genera discriminaciones", explica Elisa Borsari, investigadora de la Universidad de Granada. "Yo trabajo literatura medieval castellana y me imponen que lo traduzca al inglés para que lo pueda leer un ruso o un japonés".
Una de las paradojas más difícilmente comprensibles, puesto que, como explica Borsari, "es un contrasentido, porque mi tema es la alta filología, es decir, si no sabes nada de español, no lo vas a entender ni aunque te lo traduzcan a inglés". Con la dificultad añadida de que el inglés condiciona los términos empleados y los marcos mentales en los que se investiga. Muchas decisiones institucionales terminan obligando a adoptar el inglés. Como explica la filóloga italiana, "¿por qué el ministerio te obliga a presentar un proyecto en inglés cuando pides más de 100.000 euros? Es una barrera, porque ya tienen en la cabeza que las humanidades no van a tener acceso a tanto dinero".
El coste de las traducciones, prosigue, es alto aunque "justo", porque "es difícil traducir un artículo que trate sobre poesía medieval o sociología". La transposición al inglés tiene que ser perfecta, preferiblemente realizada por un nativo especializado en el tema porque si no, se corre el riesgo de que el trabajo sea rechazado. De las 12 grandes revistas académicas de Europa Occidental, ocho publican sus artículos en inglés y las cuatro restantes tienen sus guías en ese idioma.
Hace un par de años, la editora de origen indio Sheha Kulkarni publicó para la London School of Economics un artículo en el que explicaba lo caro que puede resultar tener una gran idea y no hablar inglés. "Los autores no nativos que viven en un mundo que no habla inglés invierten demasiado tiempo y dinero", explicaba uno de los investigadores entrevistados. Hace ya 25 años, el número de revistas académicas en inglés en el Science Citation Index era del 95%.
Europa sin ingleses, pero con inglés
Otra paradoja es la de la Unión Europea (UE), donde después del Brexit el inglés sigue siendo la lengua oficial, a pesar de que solo es oficial en Irlanda y en Malta. "Luchar contra la prevalencia del inglés en terrenos como la ciencia es una batalla perdida de antemano", valora David Fernández Vítores, profesor titular en la Universidad de Alcalá y responsable desde 2010 del informe 'El español, una lengua viva', del Instituto Cervantes. "No es una guerra de lenguas como suele presentarse, sino un acuerdo interlingüístico para entendernos, aunque vaya ligado al poder económico y político".
"Es imposible que el inglés no sea el idioma de la UE aunque no esté Reino Unido"
Por eso, pretender que el español pudiese ser la lengua franca en la UE es una utopía. Pero probablemente también lo sería elevar el francés o el alemán. "Hay dos corrientes muy contradictorias", explica el investigador. "Una que promociona el multilingüismo a capa y espada, que se recoge en el primer reglamento del Consejo Europeo, en el que los textos se escribían en francés y se pasaban a otras lenguas. Desde la entrada de Reino Unido en la Unión en 1973, se produjo un relevo, y va a ser imposible cambiar esa tendencia".
Las razones son, ante todo, prácticas: la ralentización que se produciría con la traducción a cada una de las lenguas oficiales de un mismo texto sería ineficiente y ni siquiera los franceses, que siempre han presumido de que su lengua era la de la diplomacia, han sido capaces de cambiar la tendencia. Como recuerda Fernández Vítores, "las instituciones se dinamizan cuando hay un consenso y, al final, todo consiste en sacar el trabajo adelante".
Por eso, no es tan importante fijarse en cuál es la primera lengua demundo sino en la segunda. Y esa no es ni el chino mandarín ni el español, sino el inglés, con 753 millones de hablantes no nativos y 379 millones de hablantes nativos. El único del 'top ten', junto al francés y al indonesio, donde los no nativos superan a los nativos, un sorpaso que se produjo hace más de una década.
No queremos angloparlantes, sino nativos
Ana Cristina Suzina recuerda aquel sábado noche de 2018 en el que la Ecrea, la European Communication Research and Education Association, organizó una mesa redonda sobre las estructuras de poder y discriminación que produce el uso del inglés como lengua franca en la ciencia. Apenas 12 personas, ponentes incluidos, acudieron, pero a la brasileña le sirvió para abrir la caja de los truenos y publicar, dos años después, un trabajo sobre el inglés como lengua franca y la "esterilización del trabajo científico".
"Da igual que seas un investigador brillante si no puedes pagarte las traducciones"
"Es normal que se establezca una plataforma de conocimiento común, pero ¿quién lo decide? ¿Y cuál es el criterio?", se pregunta por teléfono desde Londres. "Hay otro problema añadido: las instituciones académicas en Latinoamérica y en España evalúan a los investigadores respecto a su acceso a revistas publicadas en inglés, y tu carrera va a evolucionar en la medida en que publicas en dichas instituciones, pero estas mismas no dan soporte para aprender inglés, realizar estancias o pagar traducciones". Lo más habitual es que el investigador pague de su propio bolsillo las traducciones, lo que provoca una discriminación de base "entre los que pueden costearse esos gastos y los que no, aunque sean investigadores brillantes".
Otra clave que expone Suzina es de qué hablamos cuando hablamos de inglés. Si cada vez en más ámbitos se acepta un inglés neutro con ciertas incorrecciones, siempre que estas permitan entenderse, no ocurre lo mismo en el mundo académico. "Cuando establecemos el inglés como lengua franca, debería ser un lugar común para intercambiar, en el que los nativos reconozcan un inglés comprensible y los que no lo son hagan el esfuerzo de alcanzar un nivel mediano", explica. "Pero eso no pasa: establecemos el inglés como lengua franca, pero con un nivel muy alto". El caso de Latinoamérica es aún más extremo que el español. Suzina recuerda que una traducción de un nativo puede costar 350 libras: al cambio, "cinco veces más que el sueldo mínimo". La consecuencia es obvia: solo pueden prosperar los que lo pueden pagar.
El impacto del inglés no se limita a los círculos académicos, aunque sea uno de los más visibles. Suzina cita la investigación en proceso de una de sus colegas, que está estudiando el impacto del uso del inglés como lengua franca en las multinacionales. "Una de las cosas que ha identificado es que los chinos que trabajan en estas grandes empresas terminan hablando lo mínimo en inglés y los superiores creen que no aportan mucho así que no ascienden, pero lo que pasa es que tienen miedo a expresarse mal por lo que reducen su participación".
En internet, el español está claramente infrarrepresentado en comparación con el inglés que, como recuerda Borsari, es la lengua de la tecnología y la economía. Según el análisis realizado por W3Techs sobre las páginas más visitadas de la red, el 60,5% del contenido más relevante está en inglés, mientras que el porcentaje de usuarios que habla ese idioma como lengua materna es del 25,9%. El español representa un 3,9% de contenidos para un 7,9% de hablantes.
Una ventaja fácilmente explicable a través de la historia geopolítica. Hace algo más de un siglo, la producción científica alternaba entre inglés, francés y alemán. Si la derrota alemana después de la Segunda Guerra Mundial supuso el abandono del idioma que hasta entonces se había utilizado el de la física, el exilio de científicos centroeuropeos a EEUU y su 'boom' económico e investigador y la victoria aliada llevaron a que el inglés se convirtiese en una lengua franca mundial frente al castigado francés.
¿Quién va a querer aprender idiomas?
Podría parecer que nos encontramos ante un proceso de homogeneización en el que el inglés terminará prevaleciendo como única lengua, aunque haya quien apunte hacia el surgimiento de un neo-esperanto basado en el inglés. Estamos acostumbrados a oír que cada dos semanas desaparece una lengua en el mundo, que para 2115 se habrán extinguido alrededor del 90% de los idiomas que hoy existen y que, tal vez, en algún momento, el chino mandarín arrebatará el cetro al inglés, como sugiere el doctor en lingüística John H. Mcwhorter.
"La lengua del futuro va a ser cualquiera, porque la lengua del futuro va a ser la traducción"
Lo que esta lectura darwinista y teleológica de los idiomas no tiene presente son los cambios tecnológicos que se han producido en los últimos años y que, por ejemplo, pueden poner patas arriba la necesidad de aprender idiomas. A Fernández Vítores le sorprende que aprender idiomas siga siendo un factor esencial de diferenciación laboral, algo que ya está popularizado en todos los currículos. "Pensaba que eso de proyectarse profesionalmente por saber lenguas iba a pasar a mejor vida, pero el inglés o el chino aún son muy vendibles en las empresas con relaciones internacionales", responde.
Sin embargo, la cotización de los traductores ha descendido en los últimos 20 años, cuando él comenzó a trabajar como traductor y recibía quince céntimos por palabra. La razón es sencilla: en algo más de un lustro, el 'software' de traducción ha mejorado sensiblemente, por lo que si al lingüista hace años le encargaban traducciones de textos "para saber de qué iban", hoy sus potenciales clientes no tienen más que pasarlo por el traductor automático. El mercado de contratos mercantiles ha crecido, pero ha descendido también su valor. Fernández Vítores tiene por ello una teoría que puede sorprendente: "La lengua del futuro va a ser cualquiera, porque la lengua del futuro va a ser la traducción".
Héctor G. Barnés
Puede sonar chocante, pero propone el siguiente escenario: "Cada persona redactará sus textos en su propia lengua, y los sistemas de traducción van a estar tan perfeccionados que, más pronto que tarde, el 98% de los textos estará perfecto". Es decir, no hará falta perfeccionar un idioma, y la traducción simultánea quedará más como una cuestión de cortesía y protocolo que como una necesidad. Ganancia para el mundo de la investigación, la docencia y los negocios, pérdida para los traductores.
En ese contexto, ¿para qué queremos el español, ni siquiera el inglés? Como concluye Fernández Vítores, el hecho de que el número de hablantes no nativos haya superado a los nativos ha provocado que el inglés se haya desnacionalizado: "Ahora es patrimonio de todos y que no hables bien inglés no quiere decir que tu resultado de negociación sea peor que el de un nativo, que a lo mejor se desespera porque tiene que plegarse a tu sintaxis. Imagínate que los españoles tuviésemos que enfrentarnos a 600 millones de no nativos que quisieran dirigirse continuamente a nosotros en español". ¿Quién quiere vivir en un mundo donde todo el mundo chapurree español?
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