En la habitación de Inmaculada Vázquez hay una foto enmarcada. Aparece ella junto a algunos mandos de El Corte Inglés, en noviembre de 2019, recibiendo orgullosa una insignia por sus 15 años como empleada. El viernes pasado, esta cordobesa de 39 años afincada en Linares, tramitó el paro por teléfono tras cerrar el centro comercial de su municipio. Dolida por el fin de un idilio laboral que empezó a gestarse apenas superada la mayoría de edad, su adiós a una compañía que durante décadas ha sido sinónimo de una estabilidad casi funcionarial ha dejado de ser una rareza: la plantilla de la empresa de grandes almacenes ha caído en más de 20.000 trabajadores desde 2007, justo antes de la Gran Recesión, cuando llegó a un pico de 109.800 empleados. La reducción de personal no siempre ha supuesto la salida de trabajadores, dado que ha habido decisiones orgánicas como las ventas en 2019 de la división informática —con más de 2.000 empleados— al grupo francés GFI, y la de Óptica 2000 —más de 700 trabajadores— al holandés Grandvision. Y en muchos casos el grupo ha recurrido a alternativas al despido, como jubilaciones o el plan de bajas voluntarias de 2016, al que se acogieron más de 1.300 empleados mayores de 58 años.
Sumida en una nueva crisis por la combinación letal de las restricciones de la pandemia y el cambio de hábitos de los consumidores, que han redirigido sus tarjetas de crédito hacia el comercio electrónico, otros 3.000 empleados se sumarán próximamente a esa lista en el primer ERE de su historia, una medida drástica que, a diferencia de otras grandes como el Banco Santander o Telefónica, hasta ahora había conseguido evitar.
Según su informe no financiero de 2019, la compañía contaba a cierre de ese ejercicio fiscal (29 de febrero de 2020) con 88.268 trabajadores, el 64% de ellos mujeres —solo el 4,2% en el escalafón más alto, el de directivos y gerentes—, con un sueldo medio de 24.055 euros, y el 89,6% con contrato fijo. Eso la convierte todavía en uno de los mayores empleadores del país. El Corte Inglés tiene más personal en nómina que soldados activos hay en el ejército español, y buena parte de ellos suele desarrollar una larga carrera en la empresa: la antigüedad media es de 15,2 años. Sin embargo, su número ha caído en los últimos años, y como reconocen los sindicatos, el anuncio de los despidos en plena reorganización por el estancamiento de los ingresos ha acrecentado la incertidumbre. Si se analiza la plantilla media expresada en jornada completa, la caída es similar: 97.328 en 2007 frente a los 78.739 de su último informe.
El adelgazamiento supone dar marcha atrás a la política expansiva de la primera década de este siglo, cuando se sucedían las inauguraciones de centros equipados de grandes plantillas y el crecimiento parecía no tener techo. Su número ha ido menguando sin hacer demasiado ruido. Según los sindicatos, se ha renovado a menos personal eventual y cubierto menos jubilaciones. Así lo reconoce la propia empresa en su informe no financiero de 2019. “El número de empleados al cierre del ejercicio se ha reducido en 1.736 personas respecto al año anterior, debido principalmente a jubilaciones, bajas voluntarias y rescisiones de contratos. La mayor eficacia en la organización de los recursos humanos ha permitido compensar la disminución de la plantilla, manteniendo la calidad y el servicio que caracterizan a la compañía”.
También hay un porcentaje que se descuelga de las recolocaciones. En el reciente cierre de Linares, aceptaron cambiar de centro 139 de sus 223 empleados. Algunos, como Inmaculada Vázquez, no pudo tomar el puesto que le ofrecían en Granada por el trabajo de su marido y los problemas de salud de su madre. Cuando se le pidió que eligiera los centros a los que estaría dispuesta a trasladarse, solo marcó la casilla de Jaén, el más cercano, pero esa posibilidad le fue denegada y salió de la empresa con una indemnización de 20 días por año trabajado. Madre de dos hijos de tres y diez años, Vázquez trata de orientarse ahora en un mercado laboral muy diferente al que recordaba, de caminar cargada de currículos impresos, y acaba de abrir una cuenta en LinkedIn. “Iremos un poco más apretados. Cobraré el paro, pero entre la hipoteca, el coche, los colegios... los gastos fijos son unos 1.900 euros al mes”, explica. Su recolocación no parece sencilla siendo vecina de la ciudad con más paro de España. Linares ha sufrido en 2021 el doble golpe del cierre de Zara y El Corte Inglés, y tiene en su memoria colectiva la herida abierta de la marcha hace una década de Santana Motors.
Desde que en 2018 El Corte Inglés cerrara sus primeros centros comerciales (los de Sevilla y San Fernando), la reubicación ha sido el mal menor ideado por la empresa. La intención es que conserven los mismos horarios y vayan a los centros más próximos, pero no siempre se logra. “Cuando hablamos de un cierre hablamos de la negociación del drama. Por muy buena que sea la solución, en el mejor de los casos van a tener que hacer un esfuerzo personal”, afirma Luis del Olmo, secretario general para Andalucía Oriental de Fasga, el sindicato mayoritario en la empresa.
Inmaculada Vázquez, que durante su larga carrera en El Corte Inglés ha pasado por secciones tan diversas como perfumería, bolsos y complementos, medias, zapaterías, deportes, parafarmacia y gafas de sol, y que echó una mano en supermercados cuando la pandemia obligó a cerrar el resto, trata de olvidar su nuevo estatus de desempleada pasando más tiempo con sus hijos, practicando triatlón, su deporte preferido, y haciendo un curso de celadora. “La gente me dice que me tome un tiempo, pero llevo trabajando desde los 14 años, necesito sentirme útil”, insiste.
Pese a la frustración de la despedida, se dice agradecida por esos años, atendiendo a la gente de los pueblos cercanos, o viajando a Madrid cada vez que cambiaba de especialización para recibir formación. Su último día en el trabajo, el 19 de febrero, no fue sencillo. Mientras los compañeros aceptados en Jaén se organizaban para repartirse las plazas en los coches para ir juntos desde Linares, ella veía vaciarse el establecimiento al que ha dedicado toda su vida laboral, todavía abierto, pero ya con su sentencia de muerte firmada. “Los clientes lloraron con nosotros. Nos conocen de hace años, y les hemos tratado como a familia”.
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